¿Suspirais princesa?

mercoledì 25 novembre 2009

Confesión de un complejo perfumado

Teresukis scripsit:

Cuando una como yo entra en una perfumería, espera comprensión, apoyo, consejo; como, cuando un enfermo va al medico, necesita que el doctor se identifique con su problema, que en este caso es la celulitis, una piel con exceso de grasa, granos, rojeces y todas esas cosas que dicen en los anuncios de cremas. En cambio, lo que espera una vez atravesado el quicio, son dos o tres veinteañeras bronceadísimas en cualquier época del año, como si detrás del mostrador, en vez de tener la puerta que lleva al almacén, hubiese una puerta espacio-temporal que transporta a las Bahamas y de la que, cada vez que la atraviesan con la excusa de buscar un producto, volvieran aún más morenas que cuando entraron.

Estas mujeres, delgadas, monas, monísimas, pintadas y vestidas para un encuentro con el embajador a la salida del trabajo, sustituyen automáticamente la sonrisa de forzada felicidad por un suspiro de desprecio; es automático, como el resorte que saca las tostadas de la tostadora cuando acaba el tiempo; en este caso, en el exacto instante en que su mirada se posa sobre tu cara, la sonrisa claveteada en su cara se desatornilla y, quizás por el tiempo que lleva forzada en su posición, en la caída se transforma en una mueca de desprecio; probablemente es la que tienen durante el resto de su vida, cuando salen de la perfumería, y es solo ahí, cuando al echarse la laca sobre el pelo, la que cae sobre la boca las hace parecer simpáticas.

Así que una entra, se encuentra a estas pájaras que al primer golpe de vista te desprecian, y te das cuenta de que no respiras el mismo aire. Ellas son las diosas de la belleza, saben cómo combinar colores, están siempre bien peinadas, huelen siempre bien, incluso después de correr 100 kilómetros a 40 grados con un pastel de boñigas sobre la cabeza, los zapatos siempre limpios y a juego, las cejas perfectamente depiladas; son, en definitiva, la portada de un anuncio de moda viviente. Y tú eres una vergüenza para el género femenino.

Con la sensación de inferioridad total, de esclava, súbdita, vulgo, le preguntas a la diosa si te puede recomendar alguna crema para el contorno de ojos, pero en ese punto quieres gritarle: "ya sé que no tengo remedio, soy fea, andrajosa y estropeada; pero, por dios, sálvame, sálvame de esta miseria, apiádate de mí, dame tu solución mágica para transformarme en una como tú!!!"

Ella te mira condescendiente, puede ser que este sea tu día afortunado y te recete la formula mágica, así que te sonríe con desgana, porque la sonrisa inicial de felicidad exultante está reservada solo a las diosas como ella, te lleva al pasillo de las cremas insultantemente caras y te explica todo con diminutivos, porque tú no tienes granos, tienes granitos; y tus arrugas son arruguitas, probablemente porque eres un ser tan despreciable que todo en ti es ínfimo. Resulta que esa crema tiene que ser aplicada antes y después de otra veintena de productos de cuyos nombres tu jamás habías oído: la crema nutritiva, crema de día, crema de noche, exfoliante, hidratante, mascara facial.

La miras estupefacta, la virgen lo que te queda por hacer; casi se te quitan las ganas de comprarte lo que buscabas, porque tampoco se va a notar si te falta todo lo demás. Ella pasa a relatarte entre diminutivos el proceso de cuidado que deberías hacer todos los dias, —¿necesito pedir reducción de jornada para que me llegue el tiempo?—, le pregunto; ella me ignora, para que entienda quien manda.

Bueno, eliges al azar, entre los otros 20 productos que te ha nombrado, otros 3 que a tu juicio no cuestan mucho y que pueden completar tu proceso de transformación, rezando para que el milagro se realice y después de tres semanas te parezcas a una tía buena. En ese momento pedirias una hipoteca para comprarte todos los productos que tienen y parecer por unos instantes impecable, perfectamente maquillada, perfumada y divina.

El estado de éxtasis te embriaga hasta que traspasas la puerta hacia la calle y la realidad te escupe como lo hace el olor de la calle, que ya no huele a mandarinas con toques orientales. El mundo real no esta plagado de diosas, piensas, y además esa zorra me ha tratado como a una imbécil, y me acabo de gastar 150 euros en tres tubos mas pequeños que la pasta dentífrica.

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